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BLANCO NOCTURNO
Tony Durán, nacido en Puerto Rico, fue asesinado en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Hasta allí había llegado siguiendo a las bellas hermanas Belladona, las gemelas Ada y Sofía.
«Todo es según lo que sabemos antes de ver.» Esa es la clave. Se lo dice el comisario Croce a Emilio Renzi, periodista, escritor y habitante de novelas, el heterónimo de Piglia, mientras le muestra el dibujo de un pato que, según se mire, puede ser conejo. «Les enseñaré a distinguir», añade. De sus palabras deducimos que conocer es reconocer. No importan las primeras veces, sino las segundas. Estamos en los años setenta. Piglia/Renzi/Croce asisten a la penetración de Estados Unidos en la Argentina, y al protagonismo de ese dinero que tantas desgracias ocasiona. Por acá pulula Perón. Aún no ha llegado el exterminio en masa: desaparecidos, niños robados, torturas. O sí. Miro a Piglia como si fuese un Borges ético que no ha caído en las hilarantes garras del escepticismo.
En Blanco nocturno hay un disparo. También un oxímoron. Piglia enciende la bombilla cuando estamos dormiditos. Nos despierta. Muestra las maquinaciones del cuarto de atrás de la realidad y de la literatura, mientras atrapa un destello que, en su exaltación retórica y su verdad desasosegante, hace daño y luego, como las luces quirúrgicas, cauteriza y repara el mal.
Marta Sanz
Ilustración de cubierta
Jorge Alderete