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DEL TIEMPO SIN NOMBRE
En contraposición al culto de lo efímero encontramos la durabilidad inalterable de la poesía, el lirismo que el poeta, a la sombra del silencio y del tiempo sin nombre, traza para los demás, después de dar al texto su reposo para que cada palabra adquiera el encaje perfecto. La fragua del tiempo dará al poema el cuerpo y su valor final. El momento de la lectura es un deleite para la mente del lector, mientras la poesía va clavándole la belleza de sus imágenes, la musicalidad de los versos y los giros contrapuestos de las figuras retóricas. Un solo poema consigue aunar en sí mismo un compendio del resto de las artes: vocablo a vocablo se irá construyendo el equilibrio de su armazón, como si fuera una estructura arquitectónica; su acabado es la forma última de una escultura; su oralidad tiene el ritmo de la música y la armonía de la danza; su expresividad es teatral y el desarrollo de su lenguaje descriptivo transmite el mismo impacto visual que una pintura. La poesía suena a la voz humilde de un viento suave, brilla sin luces, se hace oír en el silencio, se muestra sin exhibirse, se entrega a quien la valora y es tan adictiva como una amante. Antonio Campos Romay