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EL DIOS DORMIDO
Miriam de Betania, Magdalena, es una notable conocedora de los entresijos del poder del siglo primero y una de las figuras principales del origen del cristianismo, considerada la compañera del denominado en su día «Sanador de Galilea» y primer testigo de la vuelta a la vida del hombre que amó. En el centro del grupo de rebeldes utópicos que desean crear una sociedad nueva política y religiosa, durante siglos quedará invisibilizada, denominada «pecadora» cuando no «prostituta arrepentida», y en los últimos tiempos retenida en la imaginación popular como objeto de consumo, bien con perfil de santa muda o banalmente sexualizada como mujer contemporánea, sin atender a los procesos emocionales y culturales de quien mantiene su compromiso transformador frente a la sociedad de su tiempo. El mundo en el que vive está poblado de cambios y de resoluciones bélicas por parte de los imperios en liza. Pero ella es sensible a la influencia de Roma y de Oriente y tiene que pronunciarse con relación a los problemas políticos de su entorno. En estas circunstancias su monólogo discurre como novela sentimental de amor, muerte y consolación salpicada de evocaciones y diálogos integrados a mitad de camino entre literatura comprometida, paganismo y misticismo. Según Flaubert, «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». Ante la voz de Miriam de Betania ciertamente entendemos que los dioses todavía seguían dormidos, pero, al parecer, tampoco estuvo el hombre: estuvo su mujer.