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EL EFECTO MANDELA
AUNQUE LA MEGAFONÍA del centro se mantiene en silencio, a las siete y media de la mañana son muchos los internos que, por fuerza de la costumbre, abandonan las literas, se visten, alisan las mantas, se asean y forman ante las celdas, esperando el primer recuento del día. Con una situación inédita e inexplicable arranca esta novela coral de Justo Vila. El intento de implantar un proyecto piloto en el centro penitenciario altera la rutina de los reclusos, hasta hacerles reaccionar y posicionarse. A partir de ese momento utópico, vamos conociendo los entresijos de sus vidas, en un movimiento narrativo que va del presente al pasado, interrelación continua que ya veíamos en otra gran novela de su autor, La agonía del búho chico. La cárcel, como las ventas cervantinas, es un muestrario de vidas y relatos. Allí se hallan reunidos los efectos que sobre las vivencias de los seres humanos tienen las fallas morales de una sociedad. Por el cedazo narrativo de Vila pasan señores y siervos, arribistas sin escrúpulos, caciques locales de oscuros negocios que acaban en asesinato. Un espeso tejido de redes clientelares que han tomado por asalto la política urbanística de muchas localidades españolas. Y junto a los predadores de presupuestos, falsos funcionarios europeos, comisionistas y conseguidores, hallamos en El efecto Mandela otros personajes más bajos en la escala social, todos ellos tratados con cervantina piedad. Durante una semana larga, Adel y su hermano siguieron acudiendo a la ribera del Gévora con la esperanza de verles regresar. No les cabía en la cabeza que se hubieran marchado sin decir adiós, sobre todo Ptolomeo, con quien habían hecho un pacto de sangre. Un día, cansados de buscar lo que no sabían que tenían que buscar, ya se iban, cuando Adel creyó oír la llamada de uno de los perros de Ptolomeo y se dio la vuelta, pero allí no había galgo alguno; a continuación escuchó un chapoteo en las charcas del río y echó a correr hacia el Gévora, donde solo encontraron a un solitario pescador, e incluso creyó haber oído el eco de un acordeón, que a punto estuvo de mitigar alguna incertidumbre. EL EFECTO MANDELA