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EL GRIAL
Invitado por el Rico Rey Pescador, o rey Tullido, el joven caballero cena en la amplia y suntuosa sala cuadrada del castillo y ve desfilar ante sí un singular cortejo en que figuran un paje que empuña una lanza de cuya punta mana una gota de sangre, una hermosa doncella que lleva en sus manos un Grial, y otra con un plato de plata. El héroe, temiendo revelar su rusticidad, no se atreve a preguntar por qué sangra la lanza ni a quién se sirve con aquel Grial. La razón de su mutismo es más profunda: el hecho de hallarse en pecado le trabó la lengua. Y ello constituye el fatal error del muchacho, pues si hubiera formulado aquellas dos preguntas habría reparado una serie de males que afligían precisamente a su linaje, ya que averiguaremos luego que el Rico Rey Pescador, postrado por la parálisis y desposeído de sus tierras, habría recuperado salud y dominios si aquellas dos preguntas hubiesen salido de los labios del muchacho (de El cuento del Grial). El asunto de las preguntas ofrece una sorprendente similitud con una ceremonia de la Pascua de los judíos, cuyo rito no puede iniciarse hasta que el más joven de la familia haya hecho unas ingenuas preguntas.