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EL TEATRO EGIPCIO
Cuando hablamos de teatro egipcio, como cuando hablamos de cuento, poesía lírica o literatura sapiencial de cualquier cultura más o menos remota, lo hacemos aplicando términos propios de nuestra crítica europea a regiones y épocas que no tuvieron por qué compartirlos, y que, en muchos casos, incluso desconocieron palabras equivalentes. Por tanto, tenemos que definir, en primer término, el sentido que vamos a dar a la palabra “teatro” en el presente libro. Si abrimos el diccionario de la Real Academia, hallamos que “teatro” es, o bien un espacio destinado a representaciones ante un público, o bien la práctica de la propia representación, o bien un sinónimo de “literatura dramática”. Por tanto, la palabra “teatro” se relaciona directamente con las ideas de representación, drama y literatura. “Representar” es “recitar o ejecutar en público una obra dramática”; un “drama” es una “obra literaria escrita para ser representada”, y la “literatura” es el “arte de la expresión verbal”. En una palabra, el teatro es un espectáculo donde alguien recita o verbaliza, ante unos espectadores, un texto -escrito o transmitido oralmente- que se ha compuesto para tal fin. Sin embargo, todos sabemos que, en la práctica, el teatro tiene unos límites mucho más imprecisos: incluimos en el ámbito teatral, por ejemplo, actuaciones mímicas, que nada tienen de “literarias”, puesto que son mudas por definición, o incluso espectáculos musicales, y damos por supuesto que las representaciones pueden tener lugar en cualquier espacio -por ejemplo, una plaza pública-, aunque no haya sido pensado para ellas. Por tanto, a la hora de abordar el “teatro egipcio”, debemos intentar, desde el principio, aceptar fórmulas particulares de un mundo remoto, amoldando a ellas nuestros criterios. Añadamos, antes de comenzar, una simple advertencia: como el teatro de todas las culturas y épocas, el egipcio es siempre un arte efímero: los espectadores asisten, e incluso pueden colaborar con los actores, pero, normalmente, no queda constancia plástica de la representación. Por tanto, resulta inútil buscar pinturas o relieves que nos muestren la acción en cuanto escena teatral, salvo en casos aislados y discutibles. Lo único que podemos hacer es evocar las figuras de los personajes que protagonizan las obras, casi todas ellas de carácter mitológico.