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FANTASIA Y REALIDAD
La luz de la infancia, la que se descubre en los ojos grandes sin fondo y sin límites de los niños, no se desgasta. Cualquiera de nosotros puede recordar, mejor, recordarse, columpiándose, empujado por su padre o por sus hermanos mayores en un columpio casero, construido en alguna rama de un árbol frutal cuyas hojas llenaban de contraluz nuestra cara esculpida en ilusión y riesgo. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Y, ahora, más fuerte y más alto: ¡ZAS!, ¡ZAS! Conchita Fernández de Avilés Ortiz columpia entre cuentos y relatos la ternura escondida de las cosas, tal como confesaba Ionesco de su obra. ¡Qué preciosa manera de mostrar la verdad, y la belleza y el bien! Se ha dicho que las mujeres tienen ese carisma particular innato, hecho de sensibilidad aguda y de fi na percepción por la necesidad. Nuestra autora ha hecho germinar esa cualidad sin falsas apariencias. En el columpio de sus cuentos y relatos —valga la simbología— crea un ambiente familiar de sabiduría, de valores, de sentido. Se cincela la quintaesencia de la ingenuidad de espíritu con pequeños detalles donde se encaja el valor de la vida. Yo creo que los ha trabajado mucho. Me vienen a la memoria los versos de Rubén Darío: «… y en la casta soledad / se nos inunda el alma / de apacible claridad». Después de leer este libro, nos gustaría a todos habitar algún tiempo «El Bosque Mágico» y sabio; tener la flauta mejor para «El pájaro fl autista»; aprovechar la experiencia como «La hormiga sin antenas»; sonreír agradecidamente porque «Un tornillo» es importante; encontrar el quid del trabajo como lo descubre «La araña simpática»; no olvidar la simbología de «Una rosa roja»; encontrar soluciones para nuestras «Manos sucias»; y, ¿por qué no?, tener tanto corazón como los personajes de «La muñeca blanca»; proteger a nuestros amigos por lo menos como «La tortuga Concha Verde»; y, como «El contrabajo», aceptar y disfrutar, también con esfuerzo, que la música siempre acaba en la verdad porque es voz del corazón que aspira a una perfecta armonía a la que no han de turbar las pasiones. El cuento, el relato son narraciones breves, muchas de los cuales se han transmitido por tradición oral de generación en generación. A veces pienso que, cuando el conocer se establece únicamente por la vía de progreso técnico, podemos despersonalizarnos. El cuento, como otras formas de la cultura, nos protege de la invasión de conocimientos divergentes con los que cada día nos topamos. Nos familiariza con los símbolos, facilita el diálogo entre adultos y niños, nos aumenta la capacidad de asombro. Un cuento, un relato es un antídoto a la decepción. Ensancha por dentro; es genuina luz interior que nos hace capaces de pedir la luna, vender la bici por un chicle y sufrir por la antena de la hormiga. En defi nitiva, Conchita nos ha regalado una lección de humanidad, y a mí solo me queda agradecérselo y animarlos a todos ustedes a leerlos y a dialogarlos. A columpiarse, ¡ZAS! Con las ilusiones de siempre.