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HOMO MOVENS
Vivimos en la “Edad del turismo”. Define nuestra sociedad la profusión del viaje, el aleteo continuo. Es una actitud, pero también un imperativo. Desplazarse, conocer entornos diferentes, ya no es algo que vaya asociado únicamente a las clases dominantes, a las élites, sino que ha devenido característica común y transversal de nuestro tiempo. Se ha erigido como un derecho inalienable de la ciudadanía en cualquier segmento social que se habite. Ahora el mundo se caracteriza por el movimiento, la aceleración. Estamos en una economía del movimiento. Pero no existe el “turismo sostenible”. La afirmación es un oxímoron. Además, la bondad económica y la contribución al desarrollo gracias al turismo no va más allá de ser un tópico. El turismo como industria subyuga y margina a otros sectores productivos, y está sometido a los grandes operadores internacionales que son los que gestionan el negocio e imponen la dinámica de los precios bajos. Las ciudades más visitadas expulsan a sus habitantes tras un proceso de gentrificación cada vez más evidente, y su patrimonio cultural se mercantiliza hasta extremos inauditos. La pasión por el viaje crece imparablemente, y también sus consecuencias. Está por ver dónde y cuándo se establecen los inevitables límites a su crecimiento.