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LAS TARDES MUERTAS
Apenas recuerdo nada de los últimos mundiales. Yo los veo con mucha atención -enfermiza, a veces- pero luego se me van por un agujero de la memoria. Recuerdo el cabezazo de Zidane; y el gol de Iniesta; y el 7-1 de Alemania a Brasil. Cosas así, de consumo masivo. De aficionado de andar por casa. Pero yo antes no era así. Será que me hago mayor y que ya no siento aquella fascinación. O que el tiempo se acelera y ya no da tiempo a recordar. En 1982, sin embargo, todo era fascinante y transcurría muy despacio, y por eso recuerdo aquel Mundial como si lo hubieran disputado ayer mismo, sin apenas acudir a las hemerotecas. El Naranjito se ha convertido en mi magdalena de Proust. Cada partido trae su recuerdo del barrio, del colegio, de los amigos, de mi padre... El contexto político de aquella España que todavía no era Europa. Mi infancia, resumida, que transcurrió casi toda en apenas un kilómetro a la redonda, en las tardes muertas.