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LOS IMPERDONABLES
Imperdonable, Cristina Campo, como Hugo von Hofmannsthal, Marianne Moore o Gottfried Benn, porque su pasión es la perfección: «La pasión por la perfección llega tarde. O, mejor dicho, se manifiesta tarde como pasión consciente». Estas son las primeras frases del texto «Los imperdonables» que da título a este libro, en el que fueron reunidos sus escritos sobre las fábulas, sobre autores en los que ella se reconoce y cuya lectura llega hasta el fondo mismo de su ser para mostrarlos sin máscaras, en su más absoluta desnudez, como le confesó intimidado William Carlos Williams. Cristina Campo es una lectora excepcional de la condesa de Ségur, de Las mil y una noches, de Marcel Proust, de John Donne, de Antón Chéjov, de Jorge Luis Borges y otros; todos van desfilando por estas páginas como los hilos de un tejido componen la figura, como la alfombra urdida al sonido de la flauta, asunto de uno de los ensayos más exquisitos de este libro por su facultad para la comprensión del símbolo y por su capacidad para resucitar continentes ya perdidos. En la escritura de Cristina Campo lo muerto y extinguido cobra vida, y lo invisible adquiere visibilidad. Su espíritu aristocrático y su pensamiento radical hizo que el descubrimiento de Simone Weil supusiera un acontecimiento. En los últimos años de su corta vida experimentó el despertar de los sentidos interiores con la liturgia ortodoxa practicada en el Russicum de Roma, y de ello tratan los ensayos que concluyen el libro.