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MONDO ANATEMA O PORQUE A JOHN WATERS LE COSTARIA ESTRENAR
Entre los años 50 y 56 d.C, Pablo de Tarso visitó en dos ocasiones la comunidad de cristianos que poblaban la provincia romana de Galacia (la actual Anatolia, con Ankara/Ancyra como capital), redactando a continuación un texto, la Epístola a los Gálatas, que se convirtió con el tiempo en uno de los libros del Nuevo Testamento. En aquella carta se vindica el Evangelio de Jesucristo, en contraposición con la ley mosaica que, a su juicio, estaba contaminando la fe de la comunidad cristiana de aquel lugar. Y así, en Gálatas 1:8, Pablo les admoniza: Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara [otro] evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Veinte siglos después, la posmodernidad, en su vertiente cultural y al calor de las disolventes redes sociales, ha configurado un renovado ejército de apóstoles de los gentiles, prestos para anatemizar todo aquello que sea contrario al marco moral diseñado por ellos mismos. Una condena, sin embargo, que, a diferencia de la bíblica, no se detiene en maldecir al pecador, sino que anhela la distópica pretensión de borrar literalmente al impío, convirtiéndole en un no ser mediante su «cancelación» y, lo que resulta singularmente inicuo, impidiendo su redención, clausurando la posibilidad de restauración alguna de la vida previa al acto causante. Podría decirse que John Waters en toda esta historia es, si se me permite, el gimmick castleniano o el mcguffin hitchcokiano, el embeleco, el ardid, en suma. Es indiscutible que algunas de sus películas, sobre todo las que conforman su trilogía trash, tendrían serias dificultades en el Zeitgeist actual a pesar de haber transcurrido más de cuarenta años de sus respectivos estrenos, y ello por lo acentuadamente refractario que esos films eran a todo lo que oliera a discurso identitario y/o victimista. Pero Waters no es más que la sinécdoque de una lacra reaccionaria que afecta a una casi interminable relación de creadores y pensadores, vivos y muertos, sometidos sobrevenidamente a un crisol de rancio neopuritanismo, en un delirante ejercicio de revisión descontextualizada de su vida y de su obra.