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PALABRAS IMPARES
El ser humano necesita que su Dios le ayude en el día a día; para ello ha de comunicarse con Él. Plegarias, rezo, ofrendas, la superstición, sacrificios, promesas…, instrumentos de comunicación y compromiso para obtener su protección. Dios. La consciencia de ser: el pensamiento. Desde su origen se crea esa figura, protectora y temida, sobre el alabastro de la idea, la niebla de la intuición y la indefensión de la pequeñez humana. El sol, la luna, el tótem, la imagen, el espejo donde el propio humano se proyecta. Y en esta conversación se modelan las dos partes. También, Dios como posibilidad: la Razón, la duda, la desesperación, el brote espiritual indisoluble al ser consciente. Necesidad y Cultura. Y la religión como denominador común de todas ellas… Hablar, hablarse, el rito, soledad, amparo y seguridad… “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”, ya lo quedó dicho el poeta. ¿Soliloquio? Quizás, rezar, hablarse a uno mismo, a través de la íntima verbalización, no sea más que depurar toda la contaminación emocional y social que nos enturbia. Todo es conjetura, pero con una certeza insobornable: por más que la plegaria sea el código PIN para acceder a la voluntad de la Divinidad, Dios nunca será el cajero automático para satisfacer la necesidad material de nuestros deseos. En todo caso, toda oración, que por definición debe ser auténtica y sincera, supone el más elegante y bello poema que el ser humano puede trazar sobre el azul inabarcable del cielo. De esto trata el íntimo laberinto de esta obra.