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PUEDO NOMBRAR ESTA GRIETA
«Hay un ejército de tías con dedos finos que se dejan las uñas en las notas del móvil. Un ejército de tías que desafían la cama todas las mañanas. Una cama caliente, acolchada y suave. Van por ahí con cara de colchón viscoelástico, de almohada con la funda de rímel corrido y sirven cafés, venden ropa, limpian tazas de baño con lejía y escriben en los descansos, en los aseos, tras la barra, en el mismo probador. Son inofensivas. No llevan armas, en los bolsillos solo algún bolígrafo para escribir el nombre de su amor en los lavabos y rodearlo con un corazón. Léanlas. Lean a Marina.» -Del prólogo de Nadia Risueño
Este poemario es apretar el rosario entre los dedos y que se queden las marcas de tanto pedir que el amor sea algo más que el que nos han enseñado a aguantar. Es que la casa sea un hogar donde quedarse y no un simple edificio de ladrillos en el que sin más alguien llame al timbre —piso tercero, escalera b o algo así— porque se haya equivocado. Pero este poemario que escribe Marina Kaysen trata de mucho más que de un Amor y un Hogar. Sus versos hablan de cómo sentirse sola rodeada de gente, de ser un cuerpo mirado por otros cuerpos que solo tienen ojos e ira, de la madre ausente y la pareja anhelada. También de la necesidad poética como terapia de curación, aceptación y perdón.
Puedo nombrar esta grieta es subir la cabeza y mirar a los ojos, y que no hagan falta palabras de afecto, porque están ahí, porque pueden tocarse. Y que aun así las haya.