Haz clic en la imagen para ampliarla
RAMANA MAHARSHI
Bhagavan Sri Ramana Maharshi (1879-1950) es reconocido como uno de los más grandes Gurús de los tiempos modernos. En 1896, cuando tenía sólo 16 años y aún iba a la escuela, realizó el Sí Mismo durante una experiencia espectacular, que se prolongó durante unos veinte minutos. En esa época no tenía ninguna idea de lo que era la espiritualidad, aunque este suceso lo dejó perplejo. En las semanas que siguieron, pensaba que era víctima de un espíritu desencarnado o bien de una extraña enfermedad. No habló con nadie de su experiencia e intentó seguir su vida de escolar como si no hubiera pasado nada. Pero seis semanas más tarde, sintió el impulso de abandonar la casa para encontrar un lugar donde nada ni nadie lo molestara. Su elección fue Arunachala, una montaña sagrada situada a unos 180 km al sudoeste de Madrás. Después contará que debía su realización al poder de Arunachala, que Arunachala era su Gurú y que le había atraído hacia su forma física. El joven Ramana se marchó de su casa en secreto, para que nadie conociera su destino, y lo alcanzó tres días más tarde, después de un viaje fértil en sucesos. Iba a pasar cincuenta y cinco años de su vida en o cerca de esta montaña, rechazando alejarse de ella ni siquiera un solo día. A su llegada, se deshizo del dinero y de todo lo que lleva con él, a excepción de un taparrabos. Se afeitó el cráneo en signo de renunciamiento espiritual y se instaló primero en el recinto del gran templo de Arunachala. Durante cuatro o cinco años, permaneció sentado con los ojos cerrados casi constantemente, en diversos templos y santuarios, absorbido en el Sí Mismo. De vez en cuando, un visitante o un peregrino y, más tarde, una persona dedicada a su servicio, le llevaba alimento. En 1901, se instaló en la gruta de Virupaksha, en la montaña, unos 90 metros por encima del gran templo y allí permaneció durante catorce años. Pasaba su tiempo sentado en silencio o paseando por las pendientes de Arunachala. Desde su llegada al gran templo había aspirantes que se sintieron atraídos por él y en el momento en que marchó a la gruta de Virupaksha ya tenía un pequeño círculo de fieles, a los cuales se añadían visitantes ocasionales. Más tarde, Ramana Maharshi, explicará que no había realizado ninguna clase de prácticas espirituales, ni de meditación después de su experiencia de la muerte, en 1896, en la casa familiar; y que sus años de silencio habían sido la consecuencia de una intensa necesidad de permanecer totalmente absorbido en el Sí Mismo. Durante sus últimos años en la gruta de Virupaksha, comenzó a hablar a los visitantes y a responder a sus preguntas de orden espiritual. El fin último de la vida, según Ramana Maharshi y la escuela tradicional del Vedanta Advaita es el de trascender la ilusión de que se es un individuo dotado de un cuerpo y de un espíritu, que vive en un mundo objetivo separado de él. Entonces uno se vuelve consciente de lo que realmente es: el Sí Mismo, la Consciencia sin forma e Inmanente. La familia de Ramana Maharshi logró encontrar su rastro, pero él rechazó volver a casa de sus padres. En 1914, su madre decidió ir a Arunachala para vivir a su lado el resto de sus días. En 1915, ella y el grupo de discípulos que se alojaban en la gruta de Virupaksha, se instalaron en Skandashram, un pequeño ashram, un poco más arriba en la colina, construido especialmente para Ramana por uno de sus primeros discípulos. Hasta entonces, los discípulos que vivían alrededor de Ramana mendigaban su alimento, como es costumbre entre los sadhus o los sannyâsin. Cuando Ramana se instaló en Skandashram, su madre se encargó de cocinar para todos los que vivían allí. Ella se volvió en seguida una ferviente discípula de su hijo y su progreso espiritual fue tan rápido que, con la ayuda de Ramana, alcanzó la realización del Sí Mismo en el momento de su muerte, en 1922. Su cuerpo fue enterrado al pie de Arunachala en el flanco sur. Algunos meses más tarde, movido por lo que llamará “la Voluntad divina”, Bhagavan abandonó Skandashram y se instaló cerca de la pequeña tumba levantada encima del cuerpo de su madre. En los años siguientes, poco a poco, se creó un gran ashram alrededor de ella. De toda la India y, más tarde desde el extranjero, los visitantes venían a verlo para pedirle consejo, obtener sus bendiciones o, simplemente, impregnarse de la paz que irradiaba. En 1950, cuando dejó este mundo, a la edad de 70 años, se había vuelto una especie de institución nacional, el perfecto representante de una tradición espiritual milenaria. Su celebridad y su atracción que ejercía, no tenían nada que ver con la realización de milagros. No manifestaba ningún poder particular y mostraba su menosprecio por aquellos que lo hacían. Sus enseñanzas tampoco eran especial mente originales. Excepto la resurrección de una práctica espiritual caída en el olvido (la indagación interior, buscando responder a la cuestión “¿Quién soy yo?”, ¿qué es el “yo”?), todo lo que enseñaba ya había sido enseñado por numerosos Gurús antes que él. Lo que cautivaba el espíritu y el corazón de los visitantes era la impresión de santidad, que sentían al verlo; llevaba una vida simple y austera, mostraba respeto y consideración a todos los que se le aproximaban y, por encima de todo, se saboreaba en su presencia una paz, una plenitud desconocida hasta entonces. A menudo, la consciencia de ser de un individuo cedía el sitio a la percepción del Sí Mismo inmanente. Bhagaván no suscitaba esta energía de manera deliberada; no hacía ningún esfuerzo voluntario para transformar a los que le rodeaban. La transmisión de este Poder espiritual se efectuaba espontáneamente y sin interrupción. Era este Poder el que, en función del estado de espíritu del receptor, engendraba en este último ciertas transformaciones. Éstas no eran el resultado de la decisión, del deseo o de la acción de Bhagaván. Bhagaván decía a menudo, que la transmisión de esta Energía era la parte más importante y más directa de su enseñanza. Decía que las enseñanzas orales y escritas que daba, las diversas técnicas de meditación a las que se refería, únicamente eran para aquellos que no podían captar este flujo de Gracia que emanaba de él permanentemente. Jacques Gontier