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SONETOS DEL PARTO
Es de una generosidad abrumadora la ofrecida por la naturaleza durante el nacimiento: el olvido de la máxima violencia a la que se asiste. Los cuerpos se enfrentan en un momento de entera indefensión y vulnerabilidad ante un nuevo escenario, ante una cúpula distinta, otro cielo. La soledad del cuerpo arrojado nace y se deshace al mismo tiempo. Ese cuidado mamífero regocija los temores y hace obviar la ocurrencia inductivista de la agitación constante, más dolorosa aún que el picotear de los cuervos en nuestros hígados o que el ejercicio ineficiente de los antropomórficos escarabajos peloteros. Con la misma vulnerabilidad, se enfrenta la mayéutica creativa del artista consigo mismo, la síntesis hegeliana de contradicciones y duelos internos que hacen brotar la obra sobre un manto sa(n)grado. Los esfuerzos se resuelven —como un motor de cuatro tiempos— en una criatura surgida ex nihilo, que es todo. Ésta es la suerte ascendente humana y espiritual de abandono físico y alcance metafísico. El arte, la poesía. El logos más irracional y vivo.