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TACOS ALTOS
«Sospecho que hay un momento de la vida en el que cada hombre o cada mujer descubren quiénes son. Lo saben. De repente. Frente a una instancia crucial o frente a un hecho insignificante. Da lo mismo», dice la protagonista, pero poco después añade: «Yo, en cambio, todavía no sé quién soy. Y, por no saber, ni siquiera sé si es que ya me convierto en una mujer o aún me falta un poco de tiempo.» Buena parte de esta incertidumbre tiene su origen en su identidad cruzada: de origen chino, pero criada en Argentina. De allí se ha marchado para vivir con sus abuelos en China, pero pronto regresará contratada como intérprete de unos empresarios. Y hay una segunda incertidumbre relevante: la del tránsito entre la niña y la mujer, que se materializará en esos tacos altos a los que hace referencia el título y que calzará por primera vez en este viaje de vuelta. Federico Jeanmaire transporta al lector entre dos escenarios: Suzhou y Glew. El primero es chino y allí está la casa de los abuelos. El segundo es argentino, cerca de Buenos Aires, y allí vivió la protagonista. Allí también el padre tenía un supermercado. Y una pistola. Y una noche hubo un incendio. Y ahora, en el momento del regreso, acompañada por su abuelo, ella retomará el idioma que aprendió, visitará a una amiga de antaño y aquello que quedó abierto en el pasado quizás podrá clausurarse... Esta prodigiosa novela de depurada concisión esconde una inusitada riqueza de matices. Porque guarda en sus entrañas una historia de iniciación, de paso de la infancia a la vida adulta; también una historia sobre la identidad o las identidades, sobre el choque cultural: y otra, con aires de trama policiaca, sobre la necesidad de cerrar las heridas del pasado, sobre la venganza y acaso la justicia. Una novela que hace buenas las palabras que José Saramago dedicó en su día al autor: «Una propuesta arriesgada que habla de la vida contemporánea, donde el bien y el mal comparten una frontera difusa.»