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UN CORTOCIRCUITO FORMIDABLE
¿El ruido es música? Esta pregunta, que tiempo atrás se habría respondido con un «no» rotundo, en las últimas décadas se ha convertido en una afirmación crucial para entender diferentes ámbitos de la creación sonora tanto en la música experimental como en la popular. Pero no es una cuestión meramente reciente: el ruido ha recorrido de forma soterrada toda la historia de la música del siglo XX, desde las primeras vanguardias que lo reivindicaron como forma artística, especialmente el futurismo, hasta la actualidad. Aspectos estéticos como la distorsión, la saturación del volumen, la superposición de capas de instrumentos hasta lograr una sensación de caos, la desafinación y la búsqueda de los límites más extremos del sonido han marcado la evolución de muchos géneros musicales, y han resultado un medio de expresión eficaz para varias generaciones de jóvenes que querían manifestar su descontento hacia el orden establecido. En su primer ensayo, el periodista cultural Oriol Rosell lleva a cabo el ambicioso proyecto de seguir el rastro del ruido en la música popular, y lo hace de manera libre y transversal, sin pretender ser exhaustivo pero proporcionando a cada paso un marco histórico y sociológico tan ameno como conveniente. Así, empieza con la aparición de la distorsión en el rock –a través de la banda inglesa The Kinks–, recorre la normalización del ruido en el rock independiente y expande su mirada hacia escenas como el black metal, el japanoise, la improvisación libre, la música industrial y diferentes fenómenos marginales que han provocado un cortocircuito formidable en nuestra comprensión del acto musical. Por estas páginas asoman figuras como Merzbow, Throbbing Gristle, Mayhem, The Jesus and Mary Chain y otros nombres esenciales que nos desafían a entender el sonido no solo como fuente de placer, sino también como muestra de dolor, exceso y acto de resistencia.