Sin importar cúando ni dónde, todo ser humano tiene unas preocupaciones y unos sentires compartidos, pues su naturaleza guarda cualidades intemporales, como el amor, la muerte, la búsqueda del sosiego, la melancolía, el aprecio por la niñez y la necesidad de la amistad. Inevitablemente, también es humano el pasado, pues somos el resultado de un legado, de una historia y unos saberes que, a diferencia de lo que ocurre con los animales y su instinto, se transmiten de unas generaciones a otras, pudiendo crear una cultura. Estos pueden haberse originado hace siglos y seguir teniendo influencia a día de hoy, como la filosofía estoica o la epicúrea o el gusto por lo exótico (como lo asiático para los europeos). Ambos aspectos tienen influencia en este poemario, al igual que otras tradiciones de fuerte raigambre en nuestro país, como el flamenco o la tauromaquia, en la que convergen la atracción por el héroe, que es atemporal, y el culto al toro, antiquísimo entre los pueblos mediterráneos, como puede verse, por ejemplo, en la cultura de la civilización minoica o cretense. Este poemario pretende ser una voz de diferentes miradas de introspección: tanto del mundo interior de la persona (de su forma de asimilar lo finito de su existencia, de entender la vida, de amar y de coexistir) como de la sociedad a la que pertenece (su raíz, su presente y su relación con otras culturas).